sábado, 26 de abril de 2008

Reminiscencias


Tengo que confesar que no soy asiduo de los MacDonalds. Gracias a dios o quien sea, quizá yo mismo, vivo en España y acá por suerte hay mas de un sitio donde escoger antes que un MacDonalds; sin embargo, nunca mejor dicho porque aquí no hay ni embargo ni bloqueo, hoy he ido a uno de ellos y acompañado de mis dos hijos. A ellos no les entusiasma porque en casa practicamos el diversionismo ideológico para que no se acostumbren, pero tampoco les desagrada porque allá tienen regalos. Hoy han salido cada uno con una pelota. A lo que iba, mientras ellos jugaban y yo leía un novelón “El Ocho” de Katherine Nivelle, levanté la cabeza para encender un cigarrillo y observé como una chica acercaba una bolsita con las respectivas hamburguesas a un coche. Me pareció muy cutre la imagen y de golpe, porque estas cosas ocurren de golpe sin saber uno por qué, me vino a la mente el “Pingüino”. La primera duda es si se llamaba así o no el local, porque fue todo tan de sopetón que lo primero que te viene a la mente siempre es la duda. Pero luego en casa chateando con mi hermano de Miami que se acuerda de todo, absolutamente de todo porque es capaz de recitar de memoria las primeras diez páginas del listín telefónico de Cuba, a esos extremos llega, me confirmó que era el “Pingüino” y acto seguido me comentó: los bocadillos de queso que bueno eran. El jamón ya había desaparecido para entonces. Y recuerdo que allí uno llegaba y le ponían una bandejita que se ajustaba a las puertas de los antiguos coches americanos. Pedías tus bocadillos y bebidas y te lo servían todo en bandeja. ¡Que lujo! Como en los Picapiedras, solo que los bocadillos estaban racionados uno por persona, pero eran reminiscencias del capitalismo que habíamos dejado atrás y a todos nos gustaba. Mi padre siempre pedía uno más para Jaime, yo era un niño y preguntaba ¿Quién es Jaime papá? Y recibía un codazo del que estaba sentado al lado. Lo curioso es que traía el bocadillo de Jaime y ese nos lo llevábamos a casa para aprovechar el queso en unos espaguetis o algo por el estilo. Con los años supe que Jaime era el mayordomo y si el camarero sin rechistar servía uno más no era porque nos conociera, sino porque tenía reminiscencias y su instinto de profesional le decía que teníamos mayordomo. Pasaron los años y el “Pingüino” emigró, desaparecieron los bocadillos, las bandejitas, los camareros profesionales, todo. Uno pasaba por allí y con suerte te podías llevar una croqueta al cielo de la boca. Yo también emigré y me fui a Rusia a estudiar, entonces la benemérita Unión Soviética. A mi regreso fui a parar a una escuela secundaria justo delante del Pingüino que ya no tenia ni cartel. Seguro que no se deterioró sino que también emigró detrás de todos. Pues estaba allí un buen día tomando un café sin recordar nada de lo que me ha venido a la mente hoy y al cabo de un mes recibo una llamada de un gran amigo, más que amigo, hermano; y me cuenta que estaba haciendo unas prácticas de guerrilla clandestina en las ciudades y desde una hermosa casa justo al costado de la cafetería me espiaba o mas bien me reconoció, no recuerdo como lo dijo exactamente, me creo más lo segundo. Por desdicha la práctica de guerritas en la que estaba metido le impidió venir a darme un abrazo, tomar un café juntos y charlar como habíamos hecho en infinidad de veces en la ya desaparecida Unión Soviética. Y así tantos recuerdos de un lugar sólo porque los MacAutos de España, no se como serán en otras partes del mundo, son una bazofia comparado con los que nosotros sin conocer el capitalismo de servicios, heredamos del antiguo régimen o como decía Segundo Curtis, ex ministro de la década de los cuarenta que jamás abandonó Cuba: del gobierno anterior. La revolución tendría entonces unos treinta y tantos años y él seguía hablando del anterior gobierno. El distinguido ex ministro puesto que jamás perdió su elegancia, estaba más claro que el agua. Con esa pincelada de cinismo nos reconcordaba que el gobierno anterior tenía miles de defectos, pero podían ser corregidos al cabo de cuatro años en las elecciones. El actual gobierno de sucesión hereditario, con muchos más desperfectos que todos los anteriores, no se puede cambiar por medio del voto universal. Sabias palabras sin duda las de Segundo Curtis. En paz descanses.

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