jueves, 11 de septiembre de 2008

Apagones o alumbrones




Las ideas para escribir a veces surgen de las conversaciones mas banales. Hoy estaba en un bar tomando café con un amigo casado con una cubana. Esto de tomar café por las mañana en un bar es una costumbre muy española al igual que llamar bar a todas las cafeterías que despachan por las mañanas un croissant calentito y café. Charlábamos al mismo tiempo que ojeaba la prensa y me detuve en los estragos del ciclón Ike en Cuba. Surgió el tema y comenzamos a hablar. La mujer de mi amigo había hablado con La Habana para saber como estaban por allá. Sin luz -le dije-, y sin comida, sin agua y sabe dios cuantas cosas más –me dijo-. Según me explicó, el que pudo acaparó las pocas latas de comida que hay en los supermercados. Eso me recordó los comentarios de Miami, pues mi familia de allí me ha contado que cuando se avecina la llegada de un ciclón, hay la costumbre de acaparar todo lo que se pueda y por lo visto las previsiones de abastecimiento en los súper nunca son buenas, porque dejan sin provisiones cualquier Publix. Allí por suerte hay donde comprar, en Cuba todos sabemos lo triste que es, pues poca cosa hay para sobrevivir. Entramos en el tema de los apagones y alumbrones -dijo él- que vivó bastantes años en La Habana y conoce bien el panorama. Me comentó que muchas familias habían tenido que recurrir al luzbrillante. ¿Te acuerdas? -me preguntó-, joder que si me acuerdo –le dije-; y ahí me vinieron muchos recuerdos a la cabeza.
Para empezar estaban aquellos improvisados quinqués que no se llamaban así, pero eran una forma rudimentaria de alumbrarse. En un pote de boca ancha echábamos un chorrito de luzbrillante, luego al tubo de pasta Perla desechado en cualquier civilización normal, se le practicaban unos corte por la parte superior e inferior, para poder introducirles una gasa que se impregnaba en el líquido. El corte en la parte inferior se realizaba de manera tal que el tubo se mantuviera de pie dentro el pote de cristal, y en la parte superior era un corte normal para dejar salir la gasa unos centímetros por encima del tubo. Luego se prendía la gasa y se hacia la luz. Aquel rudimentario artefacto acompaño nuestras cenas más de una vez. Y es que no había ni velas, todo había que improvisarlo. Mi padre se trajo de uno de sus viajes un autentico quinqué de gas que colocamos en el comedor con una modesta instalación directa al balón de gas que por cierto acá en España llaman bombona de butano, pues mientras duraron las redecillas de recambio y llegaban a tiempo los suministros del gas, fuimos la envidia de la cuadra, pues aquello alumbraba de verás.
También recuerdo con cierta tristeza la forma en que nos resignábamos como animales de costumbre a los apagones o alumbrones. Si el fenómeno tenía lugar mientras mirabas una película, el hecho se consumaba en el momento que íbamos a descubrir al asesino. Por citar solo un ejemplo, si veíamos Psicosis, la luz se iba en el momento del asesinato en la ducha. Una especie de coitos interruptos. Salías a la calle y allí estaba el vecindario completo. Unos con un cigarrillo y otros tomando la fresca. Recuerdo a algún hermano decir que para que no se fuera la luz tendrían que pasar todos los días discursos del comandante. Probablemente la única nota discordante en un concierto de sumisión.
No todos los recuerdos son negativos. En mi caso particular el apagón también servía para reunirnos la familia y charlar. Como no había otra cosa que hacer, nos sentábamos todos alrededor de la única luz improvisada y allí comentábamos los avatares del día. De estas conversaciones pocos recuerdos me quedan, pero el hecho de reunirse la familia y comentar algo ya es mucho, sobre todo si tienes en cuenta que hoy en día las personas casi ni se hablan. Durante la cena todos miran la televisión y acabado cada uno se refugia en su mundo: unos siguen con la tele, otro con los cascos y el que no tiene ni una cosa ni la otra con el ordenador. Quién me puede negar que después de tantos años, teniendo en cuenta la magnifica relación que existe entre mis hermanos y mi madre, mi padre ya falleció, un grano de arena de esa bella relación, no se le debamos a los apagones o alumbrones. Pensad sobre ello y decidme si soy un tonto perdido o un romántico empedernido.
Os quiero.

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