Un gran amigo de la familia, médico de profesión, para ser mas exactos psiquiatra; cada vez que pasaba por casa y coincidíamos, decía que yo debía estudiar historia como mi padre o medicina como él. Hoy puedo decir que por suerte me hice historiador aunque en la practica no ejerzo como tal. Y es que acabo de terminar el libro de Juan José Millas “El Mundo”, y me he percatado que de haber estudiado psiquiatría bajo su influencia habría sido un verdadero desastre. Con las primeras páginas pensé que el libro no era más que una verdadera paja mental, que tenía muy poca cosa de novela o al menos en el concepto que tengo yo por novela. Estoy seguro que lo que entiendo yo por novela, nada tiene que ver con lo que piensan los demás. Pero esto es así con casi todo en esta vida. Unos señores con título de sabio, van dando por ahí definiciones a todo y uno tiene que aprenderse las lecciones como si fuera una clase de catequesis. A medida que van pasando los capítulos te vas metiendo en la piel del personaje, y vas sintiendo el sufrimiento que experimentó el personaje en tu propia carne. Puede que el autor sea un excéntrico o simplemente un tío raro, pero a mi me afectó al extremo de que no puedo irme a la cama sin antes escribir estas líneas. Por ello digo lo de pésimo psiquiatra. Tengo la sensación de estar ante un paciente que me cuenta el drama de su infancia, y ahora no tengo argumentos para sacarlo del pozo donde está. Por suerte el autor por si mismo se trata, y descubre al final de la historia que ha dejado de ser el mismo para convertirse en otro ser. No se cual, pero es otro, y en mi opinión, el tampoco sabe quien es, pero eso es lo de menos. Ha dejado atrás un peso enorme, y a partir de ahora en adelante su vida fluirá más ligera. Pienso que en aquella pesada maleta que arrastró sólo en su primera noche en el seminario, iba toda su angustia, y al deshacerla y llevársela el padre Lego a donde guardaban las maletas, con ella se fueron todos los males.
Si el libro ha sido galardonado con el premio Planeta es porque será un novela, así que la llamaremos como tal. La novela tiene momentos verdaderamente mágicos, algunos trazos de humor que ayudan mucho a continuar la lectura. No creo que produzca una sensación como la historia del Reader´s Digest que transformó al autor en un lector empedernido, pero así y todo golpea donde mas duele, porque todos hemos tenido infancia, unos mas dura que otros, pero infancia al fin y al cabo. Cuando eres un capullo en flor, te ocurren infinidad de cosas. Tienes ideas locas, otras no tanto, razonas sin razón y desde la perspectiva que te ofrecen los años vividos, puedes decir que lo que le ocurrió a él, nos ha pasado a todos de una forma o de otra, pero nos ha pasado. Parece mentira que habiéndose tropezado con dios en persona, no terminara de cura o misionero. Tendrá que haber una segunda parte para saber el por qué. Pero los buenos libros no tienen segundas partes porque estas nunca fueron tan buenas como las primeras.
Como lector solo puedo argumentar que el autor se lo ha inventado todo, que la historia no es más que las fantasías de quien las escribe, sin embargo de pensar así sería un frívolo lector. Entonces no sería ni psiquiatra ni historiador, sería una cosa rara, un ser al que nada conmueve. Afortunadamente no soy así, pues soy de lágrima fácil y hasta las historias mas sencillas de Disney me hacen llorar. Cuando llego a casa y mis hijos me abrazan, lloro y rezo para eternizar ese momento. Cuando me siento y los veo crecer, lloro porque un día se irán, pero el día que les toque solo quiero que no lleven una maleta tan pesada, y si han de marchar, que no sea una fuga sino mas bien una prolongación de sus vidas. La marcha es un paso que tienen que dar un día u otro, pero quisiera que esa determinación se diera semejante a la fluidez de las agua de un río.
Sintetizando, el libro o novela es igual, merece mas de una lectura, sobre todo si eres padre de dos criaturas y quieres saber que pasa por sus cabezas. La historia de “El Mundo”, son confesiones muy intimas del autor, de su infancia particular, pero todos los niños suelen esconder estas historias a sus progenitores, unas veces por pudor, otras por temor, y otras por la propia ingenuidad de la edad. Me gustaría que mis hijos en lugar de ir a un psiquiatra a confesar sus vivencias, vinieran a mi. No se si lo lograré. Espero vivir lo suficiente y mantener con ellos mientras vivan a mi lado, la comunicación que haga falta, para que esto no ocurra. Regresando a la novela, creo que el relato es magnífico, tanto para despejar tus propias neuras como para descubrir o intentar al menos de desentrañar la de mis hijos. Esto es una lectura muy personal que hago del libro, pero como decía al principio, la historia me ha calado en lo mas profundo, y ello es mérito de su autor. Por suerte Juan José Millás nos ha dejado una narración que funcionan con la misma precisión que el bisturí eléctrico de su padre: cauteriza las heridas, en el mismo instante de abrirlas.
Si el libro ha sido galardonado con el premio Planeta es porque será un novela, así que la llamaremos como tal. La novela tiene momentos verdaderamente mágicos, algunos trazos de humor que ayudan mucho a continuar la lectura. No creo que produzca una sensación como la historia del Reader´s Digest que transformó al autor en un lector empedernido, pero así y todo golpea donde mas duele, porque todos hemos tenido infancia, unos mas dura que otros, pero infancia al fin y al cabo. Cuando eres un capullo en flor, te ocurren infinidad de cosas. Tienes ideas locas, otras no tanto, razonas sin razón y desde la perspectiva que te ofrecen los años vividos, puedes decir que lo que le ocurrió a él, nos ha pasado a todos de una forma o de otra, pero nos ha pasado. Parece mentira que habiéndose tropezado con dios en persona, no terminara de cura o misionero. Tendrá que haber una segunda parte para saber el por qué. Pero los buenos libros no tienen segundas partes porque estas nunca fueron tan buenas como las primeras.
Como lector solo puedo argumentar que el autor se lo ha inventado todo, que la historia no es más que las fantasías de quien las escribe, sin embargo de pensar así sería un frívolo lector. Entonces no sería ni psiquiatra ni historiador, sería una cosa rara, un ser al que nada conmueve. Afortunadamente no soy así, pues soy de lágrima fácil y hasta las historias mas sencillas de Disney me hacen llorar. Cuando llego a casa y mis hijos me abrazan, lloro y rezo para eternizar ese momento. Cuando me siento y los veo crecer, lloro porque un día se irán, pero el día que les toque solo quiero que no lleven una maleta tan pesada, y si han de marchar, que no sea una fuga sino mas bien una prolongación de sus vidas. La marcha es un paso que tienen que dar un día u otro, pero quisiera que esa determinación se diera semejante a la fluidez de las agua de un río.
Sintetizando, el libro o novela es igual, merece mas de una lectura, sobre todo si eres padre de dos criaturas y quieres saber que pasa por sus cabezas. La historia de “El Mundo”, son confesiones muy intimas del autor, de su infancia particular, pero todos los niños suelen esconder estas historias a sus progenitores, unas veces por pudor, otras por temor, y otras por la propia ingenuidad de la edad. Me gustaría que mis hijos en lugar de ir a un psiquiatra a confesar sus vivencias, vinieran a mi. No se si lo lograré. Espero vivir lo suficiente y mantener con ellos mientras vivan a mi lado, la comunicación que haga falta, para que esto no ocurra. Regresando a la novela, creo que el relato es magnífico, tanto para despejar tus propias neuras como para descubrir o intentar al menos de desentrañar la de mis hijos. Esto es una lectura muy personal que hago del libro, pero como decía al principio, la historia me ha calado en lo mas profundo, y ello es mérito de su autor. Por suerte Juan José Millás nos ha dejado una narración que funcionan con la misma precisión que el bisturí eléctrico de su padre: cauteriza las heridas, en el mismo instante de abrirlas.